No sé cuánto tiempo llevo escondida
en el ojo ciego de la escalera. Se han cubierto
las horas de una telilla irisada y triste
como el plato de cocido que me esperaba
en la mesa. La abuela ha dejado de llamarme
y todos comienzan a cenar sin mí.
Algunas noches, las cucharas se detienen
un instante en el aire, como si hubieran
perdido un recuerdo que les fuera necesario,
pero enseguida recobran el movimiento
y solícitas esparcen
calidez y olvido
a partes iguales.
Como un cetáceo cansado de vivir
también la escalera cerrará un día
su inmenso ojo azulado
y ya no estaré a tiempo
de entrar en el comedor
riendo
y gritando
que no era más que un juego.
Gemma Gorga